
Albrecht Dürer fue un gran pintor alemán que destacó notamblemente en el Renacimiento germano. Entre las nieblas góticas del Nuremberg a caballo entre los siglos XV y XVI, su figura emergió con brillantez. Su bello rostro, reflejado en sus decenas de autorretratos que nos hablan de un artista que de aprendiz inseguro e inexperto evoluciona a joven viajero y maduro pintor, que aprende en cada viaje nuevas técnicas y las cosas importantes que solo la vida enseña. Sus cuadros demuestran que el Renacimiento no se limita solo a un florecimiento de la antigüedad clásica, sino que la mente germana es capaz de combinar la técnica italiana con el natrualismo del mundo flamenco y teutón. Sus cuadros son hermosos pero sus grabados, cargados de simbolismo, numerología y secretos herméticos són mis obras favoritas. Entre ellas, El caballero, la muerte y el demonio, grabado en el que el caballero, ideal aún en el Renacimiento, (Cervantes todavía no había nacido), se ve tentado por el demonio y atormentado por la muerte. Montado en su caballo deja atrás el castillo (símbolo del poder y del mundo terrenal, también de las tentaciones de la carne) para buscar la verdad (el Santo Grial?). Inspirado por un fragmento de Erasmo de Rotherdam, Durero construye una obra bella, que representa un ideal supremo: la caballería, cuya práctica está en desuso en el campo de batalla, poblado este por cañones y mosquetes, pero que es reivindicada en la literatura (Amadís de Gaula, Tirant Lo Blanc, Orlando Furioso, etc.). Contradicciones de un mundo que cambia. Del deshielo medieval surge una primavera renacentista. La realidad y la virtualidad són la una el reflejo de la otra. Siempre se idealiza aquello que ve perderse o que se ha perdido para siempre...
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